martes, 31 de mayo de 2011

La amenaza roja


Escrito por Rogelio Fabio Hurtado


Marianao, La Habana


31 de mayo de 2011


(PD) Era el malo por antonomasia en la lucha libre cubana de los años 50 y principios de los 60, pues ese espectáculo tuvo una momentánea resurrección en la irrepetible Habana tras la caída del régimen de Batista.

Este fornido luchador ocultaba su rostro tras una máscara roja y recurría a tretas y trucos, que resultaban invisibles sólo para el árbitro, mientras el público sufría y vociferaba en defensa del bueno, y convertía el local, La Bombonera de la calle Belascoaín, en un palacio de los gritos.

Niños entonces, no podíamos ni remotamente imaginar que desaparecería el Pancracio como deporte profesional, pero que la tal Amenaza Roja iba echársenos encima, sin máscara, de completo uniforme verde olivo, calzando botines italianos, amo y señor de una locuacidad descomunal. Lo más triste es lo mucho que lo aplaudimos.

Por incontables temporadas no encontró rival. Tenía además una ventaja que el viejo Zocotroco Godoy (aseguraba mi padre que así se llamaba La Amenaza)) nunca tuvo: todo un Estado, con su ejército, su policía y sus ministros, siempre pendientes de sus dedos índices. Los comentaristas y árbitros no osaban abrir las bocas, excepto para atrapar el mendrugo que les arrojaba.

En una de sus batallas más estelares, llegó a creer que podía disponer de los cohetes nucleares ajenos. Por suerte para la humanidad, los dos grandes payasos de fama internacional con quienes interactuaba entonces, lo mandaron para las duchas.

No obstante, siguió siendo el Gran Amo en su islita y encontró ocasión para intervenir en África y dondequiera que se batiese el cobre. Subía al ring del brazo de la URSS, a la que creía dueña suprema del porvenir. El Tío Sam Carter le mandó una palomita blanca, pero él, creyéndola un bilongo sureño, la mandó sacrificar.

Cuando se vio en aprietos, allá por el candente verano de 1980, invocó a Yemayá y sus compatriotas enemigos le despacharon una flotilla para que pudiese convertir el revés de la embajada de Perú en la victoria de Mariel.

Entonces, un cowboy con fama de bruto se hizo con la estrella de sheriff de Washington y ordenó cavar túneles y refugios por dondequiera. A mediados de esa década, decidió deshacerse del ministro de economía impuesto por los soviéticos, a quienes siempre les guardó aquello de los cohetes, y declaró que ahora sí iban a construir el socialismo. Al parecer, hasta entonces había estado destruyéndolo con gran entusiasmo.

Ya en los 90, volvieron a tomar la Casa Blanca sus favoritos demócratas y no demoró en meterles una versión del Mariel, esta vez más trágica, pues estuvo precedida por una masacre despiadada frente al mismísimo Morro. No obstante no contar esta vez con los yates miamenses, los más desesperados sacaron fuerzas de su escualidez para tirarse a cruzar el Estrecho de la Florida en destartaladas balsas, enfiladas a un rumbo norte que eventualmente significó la muerte. Pero Él siguió recibiendo honores y aplausos.

Ahora, se han desencadenado las masas hasta ayer sumisas, y se está viendo reflejado en esos espejos. Ya de Amenaza apenas le quedan el casco y la mala idea. Ahora recuerda más a la Bruja de Blanca nieves. Está atrapado en un callejón sin salida: para conservar vivo el miedo, que es su único cimiento, tiene que reprimir cada vez más. Sus sicarios no cuentan con el entrenamiento de la lucha libre y entonces golpean en demasía y cada vez más desfachatadamente. Eso, lejos de tranquilizarlo, lo pone al borde del ataque de nervios y ve venir bombarderos por todas partes. Acusa, en su delirio, a la disidencia de querer que La Habana sea bombardeada.

En realidad, ellos han vivido a costa de ese fantasma, pretextándolo para posponer indefinidamente los cambios políticos que el país reclama para dejar de ser una finca familiar. Dice el dicho que tanto va el cántaro a la fuente que va y el día menos pensado despertaremos y el Lobo de verdad estará en el tejado.

rhur46@yahoo.com

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