martes, 31 de diciembre de 2013

Simbad el marino contra los soperos

Simbad el marino contra los soperos

 | Por José Hugo Fernández
Suizo con aires de Las mil y una noches, calle Mercaderes, Habana Vieja. Fotos José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, diciembre, www.cubanet.org -Un suizo con aires de Las mil y una noches corría literalmente sobre los adoquines del casco histórico, cargando sus diversos bultos y sus instrumentos musicales. De pronto, se detenía, echaba una ojeada a su alrededor, con la oreja en ristre para valorar el ruido ambiente; y luego, si aprobaba el nuevo escenario, volvía a sentarse en el suelo para improvisar su pintoresco concierto.
Fue otra de las rarezas que le cayeron ¿del cielo? a la Isla en los días finales de 2013.
O acaso su presencia no sea nueva, dados el parecido físico y las coincidencias de su instrumental con los del autodenominado Comandante Krishna, que ya estuvo por acá, exprimiéndonos el corazón, en el pasado mes de mayo. ¿O será que nunca se marchó? La isla de Fidel Castro despliega un sospechoso magnetismo para los orates de allá lejos, muy en particular para orates dogmáticos. De cualquier modo, si fuera el mismo, debió cambiar sustancialmente. Por lo menos parece haber renunciado a sus grados de comandante, con lo cual, sabiéndolo o no, nos dispensa una agradable deferencia.
Lo seguí durante un largo tramo por las calles Mercaderes, Obispo, San Ignacio… hasta lograr que me explicara el motivo de su curioso proceder. No soportaba –dijo- el escándalo que producen los músicos ambulantes, agrupaciones soperas, guitarristas, tamboreros, maraqueros, comparseros, cantantes a capela, en fin, luchadores de las limosnas de los turistas, que hacen ola en La Habana Vieja, saturando la atmósfera con esos bulliciosos tópicos a los que cronistas e historiadores del pan con timba suelen llamar “cubanía”.
Aquel Simbad suizo, que se auto-considera recipiente y vehículo de la energía universal, asegura haber viajado a Cuba para espolvorear sus buenas vibraciones entre nosotros, que tanto las necesitamos, pero que –según él- permanecemos con los chacras cerrados bajo siete llaves, impidiendo su advenimiento.
Cantante de boleros a capela, Plaza de Armas, Habana Vieja.
El tipo es un bicho extraño en estos lares: percute un exótico tambor y sopla una tuba cuyo sonido parece imitativo del croar de la rana toro. Con ellos –dice- consigue esparcir sus energías positivas entre la gente. Claro, siempre que se las arregle para mantenerse a distancia de los músicos trashumantes habaneros y de los luchadores por la sopa, quienes, con la malsonante exhibición de su miseria artística y humana, levantan compuertas de negatividad.
Uno se siente inclinado al respeto y a la admiración ante este hombre, suerte de burbuja escapada de las leyendas orientales, tan etéreo y desprendido de las pobrezas del mundo, tan dispuesto a zapatear mares y tierras repartiendo amor. Incluso, él acepta limosnas por sus actuaciones, pero aquí se ha interesado particularmente por aquellas que le ofrece la gente humilde, en moneda nacional, pues –dice- lo realmente apreciable del donativo es el gesto, no su valor neto.
Lástima que, tan viciado como estamos por la debacle material y espiritual que nos aplasta, a la vez que tan perspicaces ante toda utopía, uno no pueda dejar de calcular la enorme cantidad de platos de sopa caliente y de arroz con frijoles que se podrían comer nuestros músicos trashumantes con el dinero que se ha gastado este noble Simbad en el pasaje de avión que lo trajo, desde Berna, a La Habana.
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Maraquero luchando el condumio suyo y de su santo

Hombre orquesta y titiritero por cuenta propia

Agrupación sopera. El son por la sopa

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